El perrito de la Estación

Hacía ya dos años que Brinco vivía en la vieja estación. Tan solo era un cachorro cuando vio por última vez a Tomé, su humano mejor amigo. Brinco no recordaba mucho de aquel día, solo que iban a subir juntos en un tren con destino a algún lugar, cuando perdió de vista a Tomé. Se quedó en la estación, hasta que llegó la noche y busco refugio debajo de un banco de piedra. Todavía recordaba la visión, entre lágrimas, del tren haciéndose cada vez más pequeñito a medida que se alejaba.

Hacía ya dos años de aquel día. Y ni uno solo había dejado Brinco de esperar en la estación, por si Tomé volvía. Salía de debajo del banco ante la llegada de cada tren, pero Tomé nunca bajaba de ninguno de ellos. Entonces Madeja, una gata callejera que acudía cada día a la vieja estación en busca de restos de comida, se le acercaba en silencio.

-¿Tampoco ha habido suerte con este tren? -maulló la gatita.
-No, en este tampoco ha venido. Tal vez regrese mañana -respondió Brinco, aún lleno de optimismo.

-Ya han pasado dos años, Brinco. No va a volver. No sigas esperando -le aconsejó la gata.
-Pero entonces, ¿qué haré? ¿A dónde iré? Mi única ilusión es volver a estar con Tomé -respondió el perrito.
-No digo que renuncies a tu sueño, Brinco. Ve a buscarle. Deja de esperar que venga hasta ti y ve tú a su encuentro.
-Pero, Madeja, No sé a dónde nos dirigíamos. Ni siquiera pude ver qué tren cogió. ¿Por dónde podría empezar a buscar?
-No lo sé, Brinco. Pero aquí parece que no va a volver.

A la mañana siguiente, Brinco se coló en el vagón de carga del primer tren que paró en la vieja estación. ¡Buscaría por todas las ciudades, hasta en el último pueblo, si hacía falta! No renunciaría nunca a reencontrarse con Tomé.

***

Hacía ya dos años de aquél día. Y Tomé estaba triste. Había perdido a Brinco, su cachorrito, el día que cogió aquel tren en la vieja estación. No recordaba cómo pasó, sólo que Brinco caminaba a su lado y, de repente, ya no estaba. Todavía recordaba la visión, entre lágrimas, de la vieja estación haciéndose cada vez más pequeñita a medida que el tren se alejaba.

Desde ese momento, Tomé había ahorrado cada céntimo para poder, algún día, comprar un boleto de regreso a la vieja estación. ¡Y ese día había llegado!

Tomé subió al primer tren del amanecer con la esperanza de reencontrarse con su amigo.

Y quiso el destino que ambos trenes se detuvieran en la misma estación. Y que los vagones de Tomé y de Brinco quedaran a la misma altura. Entonces se vieron.

-¡Paren el tren! ¡Paren el tren! ¡Es una emergencia! -gritó Tomé mientras se ponía en pie de un salto.

Tomé salió corriendo, atravesó el vagón de cuatro zancadas y saltó del tren justo cuando el jefe de estación tocaba el silbato para autorizar de nuevo la marcha.
Brinco también saltó al andén. Ambos se quedaron esperando a que marcharan los trenes, cada uno a un lado de las vías. Fueron unos segundos que parecieron una eternidad. Al fin, Brinco y Tomé pudieron reencontrarse.

-Mi querido Brinco. ¡Cuánto te he echado de menos! No nos separaremos nunca más -dijo Tomé, con lágrimas en los ojos.
-¿Ves cómo los sueños se cumplen? ¡Pero hay que perseguirlos! -se escuchó maullar a sus espaldas.
-¡Madeja! ¿Pero tú qué haces aquí? -se sorprendió Brinco.
-Crees que te habría dejado solo. Los amigos nunca se abandonan.
-Y tú… ¿ves que iba a volver a buscarme? -le dijo el perrito.
-Bueno, a veces el destino necesita que ambas partes den un paso adelante…

Desde ese día, Brinco y Tomé jamás se volvieron a separar; tampoco de Madeja, quien se fue a vivir con ellos a una bonita casa en el campo. Y los tres vivieron felices para siempre. Y nunca dejaron de perseguir sus sueños.

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