Institucionalmente grave, social y culturalmente peor

La muerte de Luis Espinoza en la localidad vecina de Monteagudo nos abre interrogantes que como sociedad no podemos dejar de considerar. Desde este espacio venimos reflexionando sobre procederes que entendemos no ayudan a construir una sociedad armónica y en paz. El mentir, el calumniar, el ensuciar, el aceptar procederes que sabemos están mal, decir una cosa y hacer otra, son cuestiones que no contribuyen a la construcción de una comunidad organizada.

Cuando estos procederes son llevados adelante por las autoridades, que no solo legalmente sino éticamente están llamados a ser ejemplos, no hacen otra cosa que hacer sonar fuerte la alarma a que hacemos referencia.

Les pido permiso para compartir fragmentos de un artículo aparecido en el Diario La Gaceta y que pertenece al periodista Álvaro José Aurane bajo el título de “Falta una Policía para la Democracia”, que se ocupa del hecho mencionado y reflexiona sobre el mismo.

A Luis Armando Espinoza lo hicieron desaparecer en democracia, comienza el artículo. En los albores del siglo XXI. Para más datos, en mayo. En Tucumán. Fue en la vía pública. En la localidad de Melcho, una tierra olvidada como son algunos parajes del este tucumano. Era, sí, una carrera cuadrera, clandestina y en cuarentena. Pero en esos confines del territorio no hay mucho más que capillas del siglo XVIII descascarándose, riñas de gallos y carreras de caballos mejor comidos que sus dueños. No hay televisión satelital ni series de Netflix. En pueblos del sudoeste, como Alberdi, muchos vecinos salen de noche a la ruta para tener buena señal de celular. Aquí no sólo no hay internet ni conectividad telefónica: ni siquiera hay ruta. Ahí, delante de centenares de personas que fueron a apostar por algún potrillo, donde normalmente “gana el caballo de comisario”, llegó el comisario, pero no con los caballos sino con un grupo de policías vestidos como si no fueran policías. Irrumpieron a los tiros. Golpearon salvajemente a Juan Espinoza y cuando su hermano Luis intervino, lo lincharon a él. Le dieron un tiro por la espalda. Y le robaron la plata: $ 16.000. Buen dinero para un trabajador rural. Un elogio del ensañamiento para cualquier homicida: ya matar a un hombre de 31 años es robarle todo cuanto ha tenido. Y todo cuanto podría llegar a tener.

Lo llevaron a rastras hasta el monte. Probablemente agonizando por el plomo hirviente que le atenazaba la vida. No lo cargaron en una carreta, sino en un auto. Y cuando finalmente murió, lo desnudaron. Lo envolvieron en una manta por toda vestimenta. Lo metieron en una bolsa. Y lo arrojaron por un precipicio, por el borde mismo de la tierra, en Catamarca. Los ultimadores, de casualidad, no se movían en un Ford Falcon de color verde. Pero no fue casualidad que emplearan el auto del comisario.

Aunque el epítome de delitos de lesa humanidad perpetrados contra este comprovinciano resulte horroroso, su ejecución no es, desgraciadamente, irracional. Su suplicio forma parte de un ritual. Es el elemento de una liturgia punitiva. Busca en Espinoza marcar a la víctima, ya sea por las cicatrices o por la resonancia de la tortura, la cual debe quedar grabada en la memoria de las personas. Ellas deben conservar el recuerdo del sufrimiento. Es que quien impone el castigo aspira a que el suplicio sea estruendoso. “Debe ser comprobado por todos, en cierto modo, como su triunfo”.

La tarea desplegada por el grupo que enlutó no sólo a una familia o a un pueblo, sino a la democracia, pretende a cada instante ser edificante: ser parte de la Policía determina que se puede acometer esta clase de atrocidades sin ningún impedimento, parece ser el mensaje. Eso redimensiona la atrocidad.

La Policía que encubrió el crimen de Paulina Lebbos, la que mató por la espalda al niño Facundo Ferreyra, la que se sublevó en diciembre de 2013 por un aumento salarial y dejó un reguero de saqueos y de muertos, sigue culturalmente intacta. Puesto en términos pragmáticos: hay muchos policías ejemplares. Uniformados decentes. Seres humanos con vocación de servicio. Pero cada vez serán menos. Y no ya porque de tanto observar la impunidad de los malos agentes ellos también terminarán corrompiéndose, sino porque después de la ejecución perpetrada en Melcho, en estos momentos, ser un buen policía debe ser un peligro para los buenos policías.

Como sociedad, como ciudadanos no tenemos en nuestras manos corregir muchas cosas ya que esta responsabilidad descansa en las autoridades. Pero si tenemos la total responsabilidad de corregir nuestros propios procederes y de asumir una posición ante estos hechos. Más de lo mismo no es lo mismo, es peor dice alguien. Y a nuestro entender tiene mucha razón. Institucionalmente grave, social y culturalmente peor.

 

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