Marcos, Adrián y Casimiro había estado siempre enfrentados. Su único objetivo era demostrar quién era el mejor. Y en su afán por ser uno mejor que el otro, competían entre ellos en todos los deportes, estudiaban más que el otro, y eran voluntarios en todas las asociaciones vecinales.
Toda la gente del pueblo conocía su eterna rivalidad. Al principio a todos les pareció interesante ver cómo los chicos trataban de superarse a sí mismos. Pero, con el tiempo, la competición se convirtió en algo completamente enfermizo, hasta el punto de que se saboteaban unos a otros.
Para ayudar a los chicos a reconciliarse, los vecinos tuvieron una idea. En el pueblo todos los años se hacía una carrera de obstáculos famosa en toda la región. Una cita a la que los tres muchachos no faltaban nunca. Y que nunca había ganado ningún de los tres, pues siempre habían estado más pendiente de pelearse. Llegó el día de la carrera, en la que había mucho público presente. Marcos, Adrián y Casimiro estaban ansiosos por empezar.
Los competidores estaban en sus posiciones, listos para superar cada obstáculo que el recorrido les brindaba.
Tras el pistoletazo de salida que daba inicio al evento, todos comenzaron a correr tan rápido como sus piernas les permitían. Marcos, Adrián y Casimiro tomaron la delantera. Pero en cuanto se dieron cuenta empezaron a molestarse, y los demás participantes les adelantaron.
Eran los últimos, como siempre, pero para ellos era suficiente superarse entre sí. Pero había un truco esta vez. Marcos, Adrián y Casimiro, con grandes dificultades, llegaron hasta un gran muro. Empezaron a treparlo, pero no conseguían subirlo porque, cuando estaban casi arriba, el muro se sacudía y los tiraba al suelo.
—¿Cómo lo habrán superado los demás? —se preguntaban.
Los tres se quedaron mirando el muro. Por nada del mundo ninguno de ellos iba a ser el primero en abandonar. Marcos empezó a trepar de nuevo mientras los otros dos miraban. Adrián se dio cuenta de cómo funcionaba el mecanismo de sacudida del muro, pero no dijo nada. Se quedó pensando en cómo podría él anular la sacudida.
Marcos volvió a subir, seguido de Casimiro, que no estaba dispuesto a ser menos que su amigo.
Adrián, desde abajo, volvió a observar lo que pasaba. Entonces lo vio claro. El problema es que uno solo no podía subir el muro. Para superarlo y evitar que se sacudiera ¡tenían que ponerse de acuerdo los tres!
—¿Qué, chaval, te vas a quedar ahí mirando? —le dijo Casimiro a Adrián.
—Ya sé cómo superar el muro —dijo Adrián.
—Pero tenemos que hacerlo entre los tres —dijo Marcos.
—Sí, yo también me he dado cuenta —dijo Casimiro.
Como los tres sabían qué había que hacer no hicieron falta palabras. Y así, aunando esfuerzos, superaron el muro. Detrás les esperaba todo el pueblo, y les brindaron una magnífica ovación.
Pero ¡si hemos llegado los últimos! —dijeron los tres.
—No, habéis sido los primeros —dijo el alcalde—. Todos los demás se rindieron al no ser capaces de superar el muro. Solo vosotros habéis resuelto el problema.
Ese día los muchachos entendieron que tenían más que ganar apoyándose los unos a los otros que enfrentándose entre ellos. Y así empezó una brillante y larga amistad.